Red de redes

Despacho de System Development Corporation, Santa Mónica. Octubre 1965

El segundo café definitivamente no fue una buena idea para aplacar el nerviosismo. Bajo la única luz que emitía la pantalla de aquel ordenador Q-32 y un viejo flexo, Thomas Marill mordisqueaba sus propias uñas mientras esperaba una llamada, la llamada. Taladraba en su cabeza aquella comunicación primigenia entre Alexander G. Bell y su ayudante Thomas A. Watson, el 10 de marzo de 1876 y eso no lo apaciguaba, más bien al contrario. Le parecía mentira que no hubiesen pasado ni siquiera 100 años. Y la llamada estaba a punto de repetirse, pero esta vez no vendría de la habitación de al lado, sino de casi 5 000 km de distancia. Esta vez no se trataría de voz, sino de datos y programas.

Se empezaron a generar los primeros resultados. Un ordenador TX-2 del Lincoln Lab, en el MIT (Boston) se había conectado por línea telefónica al ordenador de Marill, en California. Ambos ordenadores trabajaban juntos, por primera vez, ejecutaban programas y manejaban datos almacenados en remoto.

La velocidad era lenta e inestable, pero tampoco aquella llamada a la habitación de al lado tuvo una nitidez prístina.

Ordenador TX-2. Uno de los primeros dos ordenadores que trabajaron con datos y programas remotos de otro ordenador. (eumed.net)

Oficina de Técnicas de Procesamiento de la Información de ARPA, Washington. 1966

El director Bob Taylor está sentado en su silla y agradece que tenga ruedas. Mira por encima de su pantalla y divisa a través de la ventana el majestuoso bosque encerrado dentro de las paredes del Pentágono. Las ruedas le ahorraban kilómetros cuando tenía que cambiar rápidamente de un ordenador al siguiente. Hacía aproximadamente un año de aquella primera comunicación entre máquinas en polos opuestos del país. Todo había avanzado vertiginosamente y aún le costaba aceptar que, sentado en aquella máquina, pudiera conectarse al sistema informático del Instituto Tecnológico de Massachussets. Los ruedines de la silla le servían para deslizarse, usando la mesa, hasta otro terminal a través del cual se comunicaba con la Universidad de Berkeley. Así era el mundo ahora, de punta a punta del país a salto de mesa.

Pero un hombre exigente como el director Taylor no estaba dispuesto a quedarse ahí. Bajo la idea de poder acceder y comunicarse con cualquier ordenador desde un sólo terminal, creó ARPAnet en 1967, una red de ordenadores conectados entre sí. Algo más complejo, pero más efectivo, que la primera comunicación, sustituyendo la conmutación de circuitos eléctricos de la línea telefónica tradicional, por conmutación de paquetes. En 1971, ARPAnet interconectaba 23 equipos diferentes en distintas regiones del territorio.

Mapa de la posición de terminales conectados a ARPAnet en 1971, el principal precursor de lo que hoy conocemos como Internet. (fib.upc.edu)

Ahora ya sólo quedaba un último escalón y ese pasaba por la extrapolación. Las redes crecieron y ARPAnet dejó paso a Telenet, su versión comercial. También en Europa se formó Eunet, que conectaba máquinas entre Reino Unido, Holanda y Escandinavia. Se establecían puentes, cables que unían máquinas comos si de railes se trataran.

Ahora ya sólo quedaba un último escalón. Unificar todos los raíles. Apagar todas las redes para dejar encendida una sola, INTER(national)NET, y quedar globalmente comunicados para siempre en la red de redes.

 

Esta entrada forma parte de #Polivulgadores de Café Hypatia en su edición de febrero de 2018. En esta ocasión polivulgamos sobre #PVComunicados.

Acerca de Miguel Ángel Martín

Amante de la Divulgación Científica en general y de la Biomedicina y la Astronomía en particular. La Ciencia y su divulgación me han atraído desde muy joven. Admiro leer todo lo que cae en mis manos (libros, blogs, artículos,…) y aspiro a aportar mi granito de arena a la causa divulgativa. La Ciencia y los científicos constituyen una auténtica Atlántida, una civilización subterránea llena de tesoros de incalculable valor. La Divulgación y los divulgadores excavan y tratan de aflorar esos tesoros a la superficie para el conocimiento, gozo y disfrute del resto de mortales. Siempre me gusta tener a mano mi pico y mi pala.
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